Un cable para electricidad negro sujetaba su cuerpo a la silla de madera, a la altura del torso. Otro cable blanco ataba su cintura al respaldo. Una correa de perro maniataba sus piernas. La jubilada llevaba pocas horas de muerta, en la cocina de su casa, cuando la encontró su hija. Los nueve perros que la mujer tenía para seguridad estaban relativamente serenos.
Al lado del cadáver, en el piso, había una jeringa con su aguja tirada. Uno de los brazos de ella tenía marcas de pinchaduras, como si la hubieran torturado. La casa estaba revuelta, faltaban diversos objetos de valor.
Nilda Díaz murió maniatada, golpeada y torturada en un asalto. Junto al cuerpo, se halló el instrumental.
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