A 20 años de aquella nueva Carta Magna, son todavía muchos los deberes que nos quedan: los partidos políticos –lejos de consolidarse–, se hacen y deshacen a imagen de los caudillos de turno, el régimen presidencialista no se atenuó con el jefe de Gabinete y el Congreso está lejos de ser una entidad prestigiosa y generadora de políticas públicas consensuadas.
Cuando Raúl Alfonsín entendió que salvaba la República firmando el Pacto de Olivos con Menem, muchos demócratas de buena fe se ilusionaron: si bien un nuevo mandato del riojano iba a tener ahora una mayor cobertura institucional (se decía que si no, hubiera ido vía Corte Suprema), la nueva Constitución abría todo un nuevo matiz de instituciones indispensables para ingresar al siglo 21.
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