Con una presión impositiva en alza y un municipio con dificultades para dar respuesta a demandas básicas, la gobernabilidad de Córdoba pende de un hilo. Hay circunstancias que la hacen más frágil.
Se suceden los intendentes, se reiteran las crisis y avanzan los problemas en la ciudad de Córdoba. Casi podría prescindirse de nombres propios. Si se observan los últimos 15 años, hasta cuesta identificar períodos de excepción a esta realidad dentro del ejido cordobés.
El aparato municipal devora presupuestos, limita al extremo las posibilidades de cambiar algo dentro –y, sobre todo, afuera– del Palacio 6 de Julio y aniquila por igual las expectativas políticas de los votantes y los votados.
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