El dicho es un clásico de la diplomacia vaticana. Expresa cómo se reserva la Iglesia, en sus relaciones con la política cotidiana, el manejo de unos tiempos diferentes. Cuánto hace valer su trayectoria milenaria frente a interlocutores que, por relevantes que fueren o parezcan, resultan breves en la comparación.
¿Le advirtió el papa argentino a la Presidenta que no debe inmolar a su país en una hoguera de vanidades? La incógnita viajó desde Buenos Aires.
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