En las primeras horas de nuestro esperanzado retorno a la democracia, Alain Touraine le decía a Osvaldo Soriano, en París, que la dictadura había inaugurado dos cosas en comparación con otras tantas rupturas del orden republicano: la violencia salvaje de sus métodos represivos y el modo capilar de apropiarse del Estado. Es decir, ocupar con militares toda la estructura administrativa.
Pasaron más de 30 años y aquella crueldad no agota aún su derrotero judicial. Terminará cuando deba, no antes: las heridas no se cierran con disculpas, menos cuando nunca fueron pronunciadas.
La industrialización política es también un desacuerdo con los tiempos actuales, en tanto es hija del mismo concepto factorial: un hacer en serie de funcionarios indeterminados y mediocres.
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